En eso se abrió el cielo, y vi a Dios en una visión (…) El Señor puso su mano sobre mí.
Ezequiel 1,1.3
Estas palabras del profeta Ezequiel se inscriben en tiempos muy difíciles que le tocaron vivir junto a su pueblo, desterrados y cautivos en Babilonia.
Privados de su libertad, lejos de su tierra, oprimidos por el enemigo, angustiados por el porvenir, el profeta se ocupa de anunciar esperanza al pueblo. Y para hacerlo se inspira en su profunda fe, pero también en su brillante imaginación. Describe con detalles su visión, tratando con ello de captar la atención del pueblo.
También en el trabajo pastoral he oído de visiones de personas que en situaciones límites tuvieron experiencias y describen con detalles lo que vieron, oyeron y sintieron. Una señora, tras un infarto agudo que la llevó a un estado de coma, tras su recuperación me confesó y describió con detalles que había estado en presencia de Dios, vestido de blanco, y que era todo resplandor, y que mirándole a los ojos le dijo que vuelva, que aún tiene tareas pendientes que hacer con su familia y nietos.
Las experiencias y vivencias en el terreno de la fe son particulares para cada persona. Tienen que ver con una riqueza de imaginación y creatividad, condicionada seguramente también por aspectos de la propia cultura e historia.
A Ezequiel, Dios se le revela con un cielo que se abre. Una imagen sugerente que presenta un Dios de nuevas oportunidades y nuevos caminos que se abren. No se trata de bloquearse en lo cautivo, resignarse en el encierro, sino de ver y estar atento a lo nuevo que se abre.
Otro detalle importante del texto es que dice: El Señor puso su mano sobre mí. Es un Dios de la cercanía, que elige poner su mano sobre sus hijos para alentarlos y guiarlos.
Todo esto Ezequiel lo pudo transmitir y sentir gracias a que estuvo atento: sus ojos vieron, reconocieron, su mente interpretó la experiencia y su sensibilidad sintió la cercanía de Dios.
Una lección, también para nuestras vidas….
Hilario Tech
Ezequiel 1,1-21