Cualquiera que toca a mi pueblo, toca a la niña de mis ojos.

Zacarías 2,8

El ojo es sensible. Reaccionamos rápidamente y muy violentamente cuando está en peligro. Es lo mismo con el amor de Dios por su pueblo.

No debemos relacionar las palabras del profeta directamente con nosotros. Son palabras de Dios a los descendientes de Abraham. Tienen una historia de confianza y duda y la experiencia de su liberación de la esclavitud, que llevó a un pacto sellado en el Sinaí. Los profetas siempre vieron el presente a la luz de esta relación especial. Entonces Zacarías ve el exilio babilónico como consecuencia de la pérdida de confianza. Pero también lleva un amoroso mensaje de consuelo de Dios: “Vuélvanse a mí, y yo me volveré a ustedes. Voy a hacer que mis ciudades prosperen; y voy a proclamar de nuevo a Jerusalén como mi ciudad elegida – es la niña de mis ojos.”

Hubo y hay personas que persiguen a la gente de la fe judía. Me pregunto si oyeron la advertencia de Zacarías: “El Señor todopoderoso me ha enviado con este mensaje contra las naciones que los saquearon a ustedes: Quien toque a ellos, toca la niña de mis ojos.” Mi país ha experimentado dolorosamente a donde lleva esto. Después de 1945 Alemania quedó en ruinas.

Como cristiana creo que Dios en Jesucristo ha hecho un nuevo pacto con nosotros que no somos judías o judíos. Quien le sigue al Crucificado y Resucitado pertenece a la gran comunidad con la que sueña Zacarías. No hay ni judíos ni griegos… porque todos somos uno en Cristo, dice el Apóstol Pablo. Esta es mi visión también.
Gracias, Señor, por incluirnos en tu gran amor por tu pueblo. Amén.

Kirsten Potz

Zacarías 2,10-17

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