Pero vino palabra de Jehová a Semaías, varón de Dios, diciendo: “Habla a Roboam, hijo de Salomón, rey de Judá y de Benjamín y a los demás del pueblo…”

1 Reyes 12,22-23

En el capítulo doce del primer libro de Reyes, aparece el relato de un momento histórico-crítico del antiguo Israel. También se menciona la intervención de Semaías (varón de Diosdijo el escritor bíblico), a quien el Señor le asignó la delicada misión de “predicarle al rey la palabra de Dios.” Era un momento muy difícil para el rey pues se encontraba frente a una rebelión encabezada por Jeroboam. Pensó que lo mejor para acabar con el problema era armar un ejército y combatir al movimiento rebelde. Allí intervino el Varón de Dios y le predicó que Dios no quería la guerra entre hermanos. El resultado fue la paz, el rey obedeció y no hubo lucha. Pero no fue algo mágico; lo ocurrido seguramente se debió a la forma de entregar el mensaje de Dios al rey. Roboam entendió que la guerra era un error y
abandonó el plan.

¿Hablamos así de claro actualmente cuando nos toca predicar?

Yo no estoy demasiado segura de esa claridad nuestra hoy en día; porque he visto muchos cambios de métodos y sistemas que se han ido probando para interesar a quienes pretendemos “convertir”; cuando lo único que nos pide es que contemos de su Palabra, pero a veces lo que menos enseñamos es lo que dice la Biblia y repetimos opiniones de “teólogos, filósofos y pensadores”, demasiado humanos en sus valores.

Recuerdo que paseando por La Habana (Cuba), un hermano de la Iglesia me mostraba un barrio que tiene una antigua calle que, según él, tiene el original nombre de “Palos Blancos”. Íbamos despacio y yo me entretenía observando todo lo que era nuevo para mí, y mientras escuchaba las explicaciones de mi guía, buscaba el sitio donde abundaran esos “palos blancos” que le daban nombre a la calle, pero no lo encontré. Al llegar, la esposa del hermano me preguntó por el paseo. Le dije que me gustó mucho pero que sentía pena por no haber visto los mencionados palos. Ella me aclaró que nunca los iba a encontrar, no hubo ningún palo. Antiguamente la gente negra no podía andar por esa calle que era “pa’ los blancos”. Reímos juntas, reconocimos que mi confusión vino porque mi guía no se explicó con claridad. Es cierto. No siempre hablamos con justeza, ni nos preocupamos por asegurarnos que el oyente entendió.

Alicia S. Gonnet

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