Entonces Pedro dijo: —¿Acaso puede impedirse que sean bautizadas estas personas, que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Después rogaron a Pedro que se quedara con ellos algunos días.
Hechos 10,47-48

Para recibir el Espíritu Santo, Dios nos brindó un camino y una señal clave: el bautismo. Al recibir este sacramento, somos reconocidos por Él como destinatarios del Espíritu Santo, pero nuestra labor no termina allí, más bien recién comienza. Esto nos invita a entrar en comunión con Dios y comenzar a cultivar nuestra relación como sus hijos, una tarea que implica ocuparnos y reconocer nuestra seguridad en Dios. Es decir, no debemos actuar como meros receptores de un regalo incondicional y sublime. A través de este regalo, debemos ser las manos, los obreros activos de Dios aquí en la tierra.
La relación que podamos establecer con el supremo es personal, hasta tal punto que cada individuo es responsable de abrirse y aceptar ser portador de los bellos dones que nos son regalados por la presencia del Espíritu en nuestras vidas.
Como hijos, tenemos la responsabilidad de perfeccionarnos y dejarnos moldear por el poder del Espíritu. Ser testigos y un testimonio viviente de su presencia entre nosotros implica, sencillamente, ser sal y luz en la vida de otras personas.
Que nuestro Dios nos dé la fuerza y la valentía de asumir nuestra tarea como cristianos, que nuestros corazones se abran, para recibir y trabajar los dones del Espíritu y hacerlos útiles en nuestro diario convivir. Amén.

Iris A. Reckziegel

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