Ustedes buscan mucho, pero encuentran poco; y lo que guardan en su casa, yo me lo llevo de un soplo. ¿Por qué? Pues porque mi casa está en ruinas, mientras que ustedes sólo se preocupan de sus propias casas. Yo, el Señor, lo afirmo.

Hageo 1,9

Al regreso del exilio desde Babilonia los israelitas prontamente reconstruían sus casas. Sin embargo, no sentían la misma urgencia por reconstruir el templo, lugar de adoración a Dios. Dios veía en ello una cuota de egoísmo y de falta de lealtad hacia él. Trayendo esta situación a nuestros días podríamos preguntar: ¿Qué está primero: yo, mi familia, mis necesidades, mi comodidad, mi beneficio personal o Dios, su templo, ese espacio comunitario, de encuentro, de adoración y expresión de nuestra fe?

Muchos lugares de la cuenca del Río de la Plata fueron poblados por inmigrantes provenientes de Europa o de Rusia, y más tarde también desde Brasil. Los antepasados, apenas radicados, construían sus casas, y en medio del poblado erigían dos edificios especiales: un templo o capilla para adorar a Dios, y una escuela para la educación de los hijos. Para estas construcciones utilizaban incluso mejores materiales que para sus propias casas. Sentían que no podían prescindir de estos espacios, para los cuales trabajaban con gran esfuerzo y dedicación, expresando con ello sus prioridades y lealtades.

En los nuevos tiempos es importante poder preguntarnos cuáles son nuestras prioridades. Si la iglesia como comunidad de fe y de encuentro sigue teniendo para nosotros la misma centralidad que tenía para nuestros padres y abuelos en el pasado. Y si Dios y la fe en él siguen siendo el centro y el sostén de nuestra vida.

Si bien es cierto que Dios no vive en los templos, sino en los corazones de quienes en él creen, y se hace presente “donde dos o tres están reunidos en su nombre”, sin embargo es valioso tener un espacio físico y material en el cual celebrar, compartir y poder expresar el amor al prójimo.

Bernardo Raúl Spretz

Hageo 1,1-15

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