José abrazó a su hermano Benjamín, y comenzó a llorar. También Benjamín lloró abrazado a José. Luego José besó a todos sus hermanos, y lloró al abrazarlos. Después de esto, sus hermanos se atrevieron a hablarle.
Genesis 45,14-15
Dios puede utilizar incluso los actos humanos malintencionados para cumplir su voluntad. A pesar de la maldad de los hermanos de José, Dios finalmente lo utilizó para salvar a su familia y al pueblo de Israel de la hambruna. Esto nos lleva a reflexionar sobre la idea de que, incluso en medio del caos y la adversidad, podemos confiar en que Dios está trabajando para llevar a cabo su plan de redención y restauración.
Algo clave en este proceso de reconciliación es un gesto muy valioso: el abrazo. En el abrazo se reconocen como hermanos y hermanas, es a partir del abrazo que se recupera el habla, que se llora y que se besa. Luego del abrazo se abre el corazón, para la conversación, y es la palabra junto a estos gestos corporales que son expresiones de cariño concreto, lo que habilita la transformación.
El abrazo rompe el hielo de muchos años de separación y de cosas no dichas, de mucho dolor guardado. La pandemia, las dificultades de hablar y una cultura cada vez más individualista, nos ha hecho enfriar las relaciones comunitarias y familiares. Que podamos recuperar el abrazo, también el beso y el llanto y que estos gestos nos permitan reencontrarnos con los hermanos y hermanas de los que estamos separados.
Oramos: Dios del abrazo, danos un corazón grande para amar, Dios del beso, danos un corazón fuerte para perdonar, Dios del llanto, danos un corazón tierno para expresar.
Nicolás Schneider Iglesias