¿Quién encerró con doble puerta el mar cuando salía borbotando del seno materno, cuando le puse una nube por vestido y espesos nublados por pañales; cuando le fijé sus límites y le puse puertas cerrojos diciendo: Llegarás aquí y no pasarás, aquí se romperá el orgullo de tus olas?
Job 38,8-11

¿Qué hice yo para sufrir tanto? No le hago daño a nadie, soy solidario, generoso, honesto, soy una buena persona… ¡Soy creyente! (y en lo más profundo de mí, espero que Dios, de alguna manera, lo note y me reconozca). Pero me encuentro mal, estoy sufriendo. ¿A Dios le importo? ¿Soy importante para Él?
Y en ese momento, parece que Dios agota su paciencia: ¿quién eres tú para enseñarme y decirme lo que debo hacer?, y coloca las cosas en su sitio. Entonces, Job (o quizás yo mismo) comienza a ver y entender que todo lo que existe, los elementos, la vida, lo visible y lo invisible, deben responder a la voluntad de Dios; todo existe porque él, como Dios Creador, así lo desea.
Y lo más significativo es que Dios responde a la queja de Job, no la ignora, la tiene en cuenta, ¡le importa!
Job no está solo, yo no estoy solo; Dios ve el sufrimiento de Job, Dios ve mi sufrimiento… y responde.
“Señor mío, Jesucristo, tú fuiste pobre y desvalido, cautivo y abandonado como yo. Tú conoces todas las penalidades de los hombres, tú sigues estando a mi lado cuando nadie me apoya, tú no me olvidas, sino que me buscas.” (Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y Sumisión)

Reiner Kalmbach

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