Derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad.
Hechos 2,17b
El Acontecimiento de Pentecostés fue entendido por la Iglesia como un “anti-babel”. El orgullo humano había provocado la confusión entre los hombres y la dispersión.
Ahora el Espíritu genera comunión. Él, que une al Padre y al Hijo nos quiere hacer participar de esa gozosa comunidad.
Dirá Juan en su carta: “Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que ustedes estén unidos con nosotros, como nosotros estamos unidos con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo.” (1 Juan 1,1)
Todo lo que hacemos para generar unidad es obra del Espíritu en nosotros. Todo lo que nos ayuda a superar las divisiones, a achicar las distancias, a reunir lo que está disperso, se hace bajo la acción de este Espíritu de comunión.
Jesús pidió al Padre que seamos uno para que el mundo crea. Y es el Espíritu quien crea esa unidad, el Espíritu derramado sobre la humanidad.
El Espíritu nos ayuda a descubrirnos unidos. Como los granos de trigo que unidos por el agua llegan a ser un solo pan. Tenemos un origen común y caminamos hacia el mismo destino. Nos creó el mismo Amor que mueve todo el universo y nos espera para la gran fiesta preparada para todos. El Espíritu nos regala esta mirada nueva sobre nosotros mismos, sobre los demás, sobre las cosas, sobre Dios y sobre la historia.
… Sopla Señor y hazte viento,
y bautízame en tu nombre
llámame a servir Maestro,
hazme fiel entre los hombres.
Toma mi vida en tus manos,
mis sueños mi amor, mi todo,
mi cansancio, mis pecados
y moldéame a tu modo… (Sopla, Señor, de grupo Metanoia)
José María Soria Pusinari
Hechos 2,14-21