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No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios.

Eclesiastés 7,9 

Esta sabia reflexión que hoy nos propone el Predicador me hace recordar al profeta Jonás y sus enojos, cuando se molestaba por las cosas que Dios hacía; incluso llegó a decir que se sentía “morir de rabia” (Jonás 4,1-9). La ira lo volvió necio.

El iracundo suele enceguecer alimentando deseos de venganza.

Cuando Eclesiastés alude a lo que anida en el sentir y pensar de la persona enojada (él lo llama seno) lo termina señalando como necio, que se entorpece; al fin, no ve ni piensa, cometiendo muchos errores cayendo en la injusticia. Con un enojado y furibundo es imposible dialogar.

En un grupo de jóvenes de una congregación hubo un par de muchachos que llegaron a ser tan amigos que solían vestirse igual y se compraron camperas muy parecidas, que colgaban en sendas perchas mientras duraba la hora de recreación. Pero una vez discutieron tan acaloradamente que se fueron a las manos.

Después que otros jóvenes los separaron, uno de ellos muy furibundo gritaba amenazas, y enceguecido tomó su campera, y se marchó dando un portazo. A la media hora regresó avergonzado pidiendo disculpas porque “la campera le quedaba chica”. Ciego, al irse tomó la del amigo. ¿De qué le sirvió enojarse tanto? ¿No hubiera sido mejor dialogar por un entendimiento? Había puesto en riesgo muchas cosas importantes además de la amistad.

Señor y Dios, líbrame de caer en situación de ira y terminar en rencores y deseos de desquites. Amén.

Alicia Gonnet

Eclesiastés 7,1-14

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