Yo he estado contigo por dondequiera que has andado.
2 Samuel 7,9-11

Hace unos días operaron a mi hijo de 4 años y yo lo acompañé al quirófano hasta que se durmió por efecto de la anestesia. Entonces, el médico al tomar los peluches que mi hijo llevó y dándomelos, me dice: “Usted cuide sus nietos, nosotros cuidamos a su hijo”. Y esa frase me llenó de paz.
En ese quirófano quedaba parte de mí, pero a pesar de ello salí confiada y tranquila a la sala de espera. Allí, me encontré con otra mamá en una situación similar y me dice: ”Después de mucho tiempo estoy tan tranquila, como segura de que todo está yendo bien y me da cargo de conciencia estar así. ¿No debería estar más nerviosa?”
Esa confianza ciega, esa confianza de quien ya no puede hacer más que confiar, esa es la confianza que deberíamos tener en Dios siempre y más aun en momentos difíciles.
Al versículo citado al inicio, le siguen promesas de Dios a David, promesas que el Señor las cumple con creces.
Esperemos en Él y siempre seremos reconfortados, porque Él no nos abandona jamás. Pongamos lo mejor de nosotros y lo demás en manos de Dios.
Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. Amén (Fragmento de la Oración Nada te Turbe, de Teresa de Ávila)

Claudia Elena Rivera

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