Y el Señor le dijo: Tú sientes lástima por la enredadera, por la cual no trabajaste, y a la cual no hiciste crecer; durante una noche creció, y a la noche siguiente dejó de existir. ¿Y yo no habría de tener piedad de Nínive, esa gran ciudad con más de ciento veinte mil habitantes que no saben distinguir cuál es su mano derecha y cuál su mano izquierda, y donde hay muchos animales?
Jonás 4,10-11

Jonás estaba enojado, no está tan claro con quién o con qué. ¿Quizás con Dios? ¿Con los pobladores de Nínive? O ¿con él mismo? … la cuestión es que en medio de su enojo no logra ver más allá. Como todos los seres humanos, Jonás atraviesa el enojo como quien atraviesa la cerrazón. Y en medio de la testarudez, nuestra mirada está limitada, y en consecuencia, nuestras decisiones también.
Muchas veces somos testigos de otros «Jonases», los que día a día se enojan irracionalmente contra todo y no pueden ver con un poco de distancia que también ellos son imperfectos, que toda la creación, incluido en ella el ser humano, necesita de la misericordia de Dios.
En nuestra obstinación, olvidamos también que toda nuestra existencia es posible por Gracia. Desde nuestro nacimiento hasta nuestro último aliento de vida, estamos en la Gracia de Dios. La pregunta es si podemos vivir con agradecimiento, o seguimos presos de los «mandatos» y las «exigencias». Poder asumir la tarea encomendada por Dios desde la Gracia y no desde el temor, poder responder al llamado amoroso de Dios desde la gratitud…
Dios Nuestro, concédenos la alegría de poder vivir sin enojo en nuestros corazones, sin cerrazón en nuestras mentes y sin mezquindad en nuestro espíritu. Amén.

Peter Rochón

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