Si ustedes juzgan que de veras soy creyente en el Señor, vengan a alojarse en mi casa.
Hechos 16,15
Juzgar si alguien cree en Dios, si uno cree mejor que otro o si uno cree lo suficiente es una tentación que en la historia del cristianismo, pero también en otras religiones, ha producido mucho malestar o malentendido. ¿Cuáles son los indicadores que nos permiten o nos dan la facultad de juzgarnos los unos a los otros? ¿La participación en los cultos, el monto de la ofrenda, la buena disposición para colaborar? O al contrario, ¿su vida personal llena de conflictos, el pecado del adulterio, su orientación sexual? Podemos encontrar muchos ejemplos que fueron y son utilizados para calificar la fe del otro.
Primero me pregunto: ¿quién se atreve a hacerlo? ¿No es solamente Dios quien nos conoce y puede opinar sobre la práctica de nuestra fe? Segundo: ¿quién puede decir de sí mismo que es perfecto? ¿No es así que todos tenemos nuestros errores y hay días en los que sentimos a Dios más cerca que en otros? También es peligroso castigarnos a nosotros mismos con el pensamiento de que no creemos lo suficiente y que por ello estamos enfermos o tenemos mala suerte. Es cierto que todos somos pecadores. Pero tampoco tenemos que orar en todo momento pidiendo el perdón de Dios, porque podemos estar seguros de que nuestro buen Padre nos perdona y nos recibe con los brazos abiertos cada vez que nos acercamos a él. Nuestras vidas con fe en Dios deben ser alegres, quizás más un día que otro, pero no mirando siempre hacia arriba para descubrir si la espada de Dios está lista para castigarnos.
“Oh, Dios eterno, tu misericordia ni una sombra de duda tendrá; tu compasión y bondad nunca fallan y por los siglos el mismo serás” (Canto y Fe número 263).
Detlef Venhaus