El Señor le dijo a Gedeón: “Traes tanta gente contigo que, si hago que los israelitas derroten a los madianitas, van a alardear ante mí creyendo que se han salvado a ellos mismos. Por eso, dile a la gente que cualquiera que tenga miedo puede irse a su casa.” De este modo Gedeón los puso a prueba, y se fueron veintidós mil hombres quedándose diez mil.

Jueces 7,2-3

En estos versículos vemos que Dios se muestra preocupado por los corazones orgullosos de muchos de los soldados del ejército israelita, si ellos fueran a la batalla y ganaran, ellos tomarían el crédito. Más aun siendo un ejército pequeño. Cuando intentamos hacer todo por nuestra cuenta y con nuestras propias fuerzas damos cabida a que el orgullo y la ansiedad se apoderen de nosotros. Debemos reconocer con humildad nuestra necesidad y dependencia de Dios. Aprender a dejar nuestras ansiedades en sus manos y esperar a que intervenga en nuestras vidas. Así como los soldados, nosotros también debemos aprender y recordar las palabras de Jesús: “…El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden hacer ustedes nada…”
Sentirnos orgullosos de nosotros mismos por algo que se hizo bien es saludable, siempre que ese orgullo no se transforme en soberbia y creamos que nunca nos equivocamos y que valemos más que el resto de la humanidad.
Dios está siempre atento a lo que nos sucede, él nos cuida con paciencia y con amor. Por eso, si nos sentimos preocupados o desanimados, confiemos en Dios, él nos ayudará. Recurramos siempre a Él en oración.
El Señor es mi fuerza, mi roca y salvación. Tú me guías por sendas de justicia, me enseñas la verdad. Tú me das el valor para la lucha, sin miedo avanzaré. (Canto y Fe N° 217)

Gladis Gomer

Jueces 7,1-15

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