Entonces oí la voz del Señor que decía: “A quién voy a enviar? ¿Quién será nuestro mensajero?” Yo respondí “Aquí estoy yo, envíame a mí.”
Isaías 6,8

Isaías oye la voz de Dios que lo llama, y responde mostrando su completa disposición a servirle. En el ejemplo de Isaías, se revelan dos condiciones fundamentales relacionadas con nuestra condición como creyentes: escuchar y seguir. Para escuchar con atención es necesario estar presente; es difícil escuchar desde la indiferencia, el bloqueo o la distracción. De la misma manera, es complicado pretender ser mensajero o testigo sin la apertura y la disposición a ser enviado.
Al igual que hizo con el profeta Isaías, Dios nos sigue llamando a cada uno de nosotros todos los días. Él nos envía para ser sus mensajeros, sus testigos y sus embajadores. Este llamado es una interpelación personal que se desarrolla en el presente, no per aplazamientos ni especulaciones; es en este momento y en este punto de nuestras vidas: aquí estoy, envíame a mí.
Dios nos invita a consagrar nuestras vidas al servicio de su proyecto, transformándonos en instrumentos de su voluntad mediante nuestras virtudes, dones, talentos y habilidades. Una hermosa oración atribuida a Santa Teresa de Ávila resume de manera elocuente el propósito de nuestra misión como enviados de Dios:
“Cristo no tiene ahora más cuerpo que el nuestro, no tiene más manos ni pies sobre la tierra que los nuestros. Nosotros tenemos los ojos a través de los cuales él mira con compasión este mundo, tenemos los pies con los que él camina para hacer el bien. Con nuestras manos bendice todo el mundo; nosotros somos las manos, los pies, los ojos de Cristo. Somos su cuerpo”.
Utilicemos pues el don de nuestros cuerpos para que Cristo viva en el mundo, de manera que todos sientan su toque de sanación. Amén.

Hilario Tech

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