Señor, ¿has rechazado del todo a Judá? ¿Te has cansado de la ciudad de Sión? ¿Por qué nos heriste irremediablemente? Esperábamos prosperidad, pero nada bueno nos ha llegado. Esperábamos salud, pero sólo hay espanto.
Jeremías 14,19
En muchas oportunidades en la Biblia se usa la figura del padre que “desconoce” a su hijo, “lo rechaza” o “lo hace abortar” para explicar la ausencia de respuestas y el abandono por parte de Dios. La Biblia muchas veces habla del pueblo de Israel como “un pueblo errante” o como “un hijo rechazado” que Dios levantó y lo adoptó, un pueblo que fue guiado “por el desierto” hasta encontrar un hogar. Estas imágenes muestran que si no fuera por Dios, el pueblo de Israel jamás hubiera sido un pueblo ni hubiera tenido nada de lo que tiene. Dios reconoce a su hijo pero, como puede pasar muchas veces con los hijos, este hijo es sumamente desagradecido y desobediente.
El ser humano está luchando todo el tiempo con sus convicciones. La fidelidad a Dios y la lealtad con sus amistades son un problema permanente. El ser humano siempre busca primero cómo resolver “lo suyo” y ocuparse de “lo suyo”. Esta actitud es totalmente opuesta a la razón por la cual las personas están vivas. Todas las personas viven y tienen lo que tienen, gracias a Dios, gracias al esfuerzo y la solidaridad de muchas otras personas. La pretensión de que todo lo que tiene cada persona es resultado de “su propio” esfuerzo y “su propio” compromiso es mentira, y es pecado. El individualismo no es una fe bíblica. La Biblia condena la fe individualista porque aísla a las personas como si fueran dioses y esto es una amenaza para el pueblo y para toda la creación de Dios.
“Somos bautizados, somos renovados, somos revestidos del Señor. Pueblo suyo somos, a Dios confesamos. Démosle la gloria y todo honor” (Canto y Fe número 157).
Jorge Weishein