Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor llevó a Felipe, y el funcionario no lo volvió a ver, pero siguió su camino lleno de alegría.
Hechos 8,39
En el relato que compartimos hoy del libro de los Hechos, Felipe es enviado por el Señor al desierto. Allí se encuentra con el funcionario Etíope que intentaba comprender un pasaje del libro de Isaías. Tras una conversación, él le transmite la buena noticia y el funcionario decide bautizarse. Luego de esto, no vuelven a encontrarse.
En nuestra trayectoria de fe, en algún momento hemos sido tanto el funcionario etíope como Felipe. Aparecen en nuestra vida esas personas que tocan nuestra alma y nos presentan el amor de Dios, marcando un punto de inflexión. Hoy, desde nuestra posición, tenemos la oportunidad de llegar al corazón del otro con un instante compartido, incluso si no volvemos a cruzarnos en el futuro. La influencia de ese encuentro perdura eternamente en el corazón de quienes lo experimentaron.
Esos encuentros distan de lo increíble o extraordinario; más bien, ocurren en situaciones cotidianas y simples. Palabras, abrazos, oídos dispuestos a escuchar penetran en lo más profundo del ser y permanecen inalterados en la memoria, provocando una transformación en nosotros o en el otro.
Solo se requiere un corazón abierto y entregado, una oración sencilla a nuestro Señor, solicitando convertirnos en un campo fértil dispuesto a recibir la siembra o ser un sembrador portador de la semilla de esperanza.
Que el señor te bendiga y permita descubrir en ti esa buena noticia y puedas compartirla con cada ser que hoy Dios ponga en tu camino. Amen
Melisa Hilman
Hechos 8, 34-40