Una vez, Jesús estaba orando en un lugar; cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar…”

Lucas 11,1

Qué habrán experimentado los discípulos al ver orar a Jesús. Uno de ellos, seguro en nombre de los demás, le pidió que les enseñara a orar. La oración que les enseñó fue el Padrenuestro.

Hoy cuesta tomarse un tiempo para hablar con Dios. En algunos ambientes eclesiásticos las oraciones sólo se reservan para el templo.

No orar no es sinónimo de no tener fe en Dios, pero le quita un condimento importante a la vivencia de esa fe.

Por supuesto que Dios sabe qué vamos a pedirle y agradecerle de antemano, pero como decía Karl Barth (teólogo y pastor suizo), orar implica un acto de afecto, de adhesión de nuestro corazón, no es sólo un asunto de labios. Y esto Jesús lo aclara en varios pasajes de las Escrituras.

En nuestros tiempos, el pedido de los discípulos a Jesús, también debería volverse nuestro: enséñanos a orar en este mundo tan cambiante, violento, frugal, despersonalizado, egoísta. Enséñanos a orar para que nuestra oración no sea algo sin corazón, sino que se encarne en nuestra vida, con sus luchas, tristezas y alegrías.

El Padrenuestro es una oración corta, pero tiene todo lo que queremos decirle a Dios, cuando no tenemos palabras para expresarle.

Tomémonos un tiempo para orar. No importa la cantidad de palabras, sino si nuestro corazón y fe están puestos en eso que dialogamos con Dios, que siempre nos escucha.

¡Oh, qué amigo nos es Cristo! (…) nos manda que llevemos todo a Dios en oración. (Canto y Fe N° 215)

Joel A. Nagel

Lucas 11,1-4

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