Jueves 25 de septiembre

 

Yo lo pondré a salvo, porque él me ama. Lo enalteceré, porque él conoce mi nombre. Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en medio de la angustia. Yo lo pondré a salvo y lo glorificaré. 

 

Salmo 91,14-15

 

Hoy somos invitados a confiar en Dios, único refugio seguro en todas las adversidades.
Cuando nos encontramos en medio de las adversidades, a menudo llega un momento en el que ya no encontramos palabras para suplicar a Dios que nos nos ponga a salvo. Empezamos a dudar si nos escucha, y nos preguntamos: ¿por qué a mí? La fe nos ayuda a reflexionar sobre el para qué en lugar del por qué.
En el Evangelio de Juan 9, cuando Jesús sana a un hombre ciego de nacimiento y los discípulos preguntan si él o sus padres pecaron, Jesús responde que ni él ni sus padres, sino que su ceguera es “para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Es importante ser cautelosos al atribuir obras a Dios; el pecado humano es el resultado de nuestras decisiones erróneas.
Dios mismo se compromete a estar junto a aquel que lo ama, que conoce su nombre y lo invoca, prometiendo no abandonarlo en me- dio de la angustia. Cuando sientas que la noche te abruma, no dudes ni por un instante que Dios es fiel a sus promesas y que él está contigo, incluso si no lo percibes. Abre tus ojos, tus oídos, tu corazón, y podrás sentir su presencia y su acción, aunque nuestra razón humana no pueda comprenderlo completamente.
“Dios entre tus manos quiero yo habitar, sé que me proteges y allí estás” (Canto y Fe número 224).

 

Patricia Roggensack

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