No seas vengativo ni rencoroso con tu propia gente. Ama a tu prójimo, que es como tú mismo. Yo soy el Señor.
Levítico 19,18
Este versículo se enmarca en un capítulo en el que se detalla una serie de mandamientos y leyes que da Dios a Moisés para el pueblo israelita, que abarcan todo tipo de temas: la vida espiritual y religiosa, la justicia, el comercio, y por supuesto, la convivencia entre las personas. Muchas de ellas responden a situaciones y formas ya hoy obsoletas, pero ahí, en medio de un listado bastante largo, aparece esto de no ser vengativo ni rencoroso, y la invitación a cambiar estos sentimientos por amor. Qué fácil suena, ¿no? Y sin embargo hoy nos parece costar tanto.
En una sociedad cada vez más dividida, esto es sumamente desafiante y necesario. En lo ideológico, lo político, lo religioso, lo económico y hasta en nuestros círculos más cercanos reina la lógica de los bandos. O “estás de mi lado” o “en contra mío”. Fácilmente una opinión distinta a la propia se interpreta como una ofensa generando así prejuicios, enojos, rencores y reacciones. Queremos que todas las personas vivan, piensen y actúen así como nosotros creemos mejor, sin apertura a enriquecernos del encuentro y del diálogo. Nos estamos perdiendo de escuchar, reflexionar y aprender de esta diversidad en todo sentido que el Señor nos regaló y desde la cual podemos construir un mundo mejor, juntos.
Seamos motivadores de cambio en distintos contextos (barrio, familia, amistades, comunidad de fe, Iglesia), buscando formas de transformar rencores, miedos y distancias en amor.
Decía Jesús: “Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás”. (Marcos 10,43-45)
Guido Forsthuber