Un joven corrió y le dijo a Moisés: ¡Eldad y Medad están profetizando en el campamento! (…) ¡Moisés, señor, prohíbeles hacer eso! Pero Moisés le dijo a Josué: ¿Estás celoso por mí? Cuánto quisiera yo que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en ellos.
Números 11,27.28b-29

En los versículos previos al pasaje de hoy, Moisés convocó a los ancianos cerca del santuario para “repartir” el espíritu que lo guiaba. Sin embargo, dos ancianos que no estaban en ese lugar también recibieron el espíritu y comenzaron a profetizar sin haber estado presentes en el santuario. Esto causó cierta insatisfacción entre algunos, ya que esos dos no habían estado allí en ese momento.
Retomando la situación en nuestras comunidades en la actualidad, encontramos una variedad de escenarios. Por un lado, existen aquellas congregaciones donde el pastor o pastora son conocidos como “pastores orquesta”, ya que asumen múltiples roles, tocando todos los instrumentos, es decir, el ministro se encarga de todo. Por otro lado, en otros contextos la dinámica es diferente y más saludable, donde se promueve la figura de un «pastor director». En esta visión, varias personas participan y el papel del ministro es coordinar y guiar a los grupos.
Si consideramos el concepto de servicio en la iglesia, también encontramos extremos. En algunos casos, las congregaciones luchan por mantenerse debido a la escasez de recursos ofrendados, mientras que en el otro extremo tenemos miembros participando en una especie de subasta, compitiendo por ver quién puede dar más, lo cual no es una situación saludable en absoluto. Estos son ejemplos de extremos, pero ambos reflejan situaciones reales.
Recordamos cómo “esa balanza” funciona para Jesús: “Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás, y el que quiera ser el primero, deberá ser el esclavo de los demás”. (Marcos 10, 43-45)
Números 11,26-29

Jhonatan Schubert

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