Jueves 27 de febrero

 

Pero Moisés los llamó, y cuando Aarón y todos los jefes de la comunidad volvieron a donde estaba Moisés, él habló con ellos. Poco después se acercaron todos los israelitas, y Moisés les dio todas las órdenes que el Señor le había dado en el monte Sinaí. Luego que terminó de hablar con ellos, se puso un velo sobre la cara.

 

Éxodo 34,31-33

 

Este hermoso texto nos invita a una profunda reflexión sobre la comunión con Dios, un encuentro personal e íntimo. Moisés subió al monte para encontrarse con Dios cara a cara, recibiendo de Él instrucciones directas. Este tipo de comunión ocurre en una relación cercana y personal con Él, donde no hay intermediarios ni barreras.
Es desde allí que la comunión transforma nuestras vidas. El resplandor en el rostro de Moisés simboliza la presencia y la gloria de Dios en su vida. Esta transformación es visible para los demás, ya que tiene efectos externos que son evidentes para quienes nos rodean.
Esto no fue un evento único, sino un proceso continuo. Moisés no solo subió al monte una vez, sino que regresó varias veces para encontrarse con Dios. Del mismo modo, nuestra comunión con Dios debe ser constante, nutrida a través de la oración, la meditación en su palabra y la participación en la comunidad de fe.
Hoy somos invitados a reflexionar sobre la naturaleza de nuestra comunión con Dios: ¿es íntima y transformadora? ¿Es constante y nutrida? ¿Nos lleva a una vida diferente? Estas preguntas nos desafían a profundizar nuestra relación con el Padre celestial y a vivir de manera que refleje la gloria de Dios en nuestras vidas.

 

Leonardo Calderón

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