A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.

Hechos 3,26

Pedro es vehemente en sus palabras.

Arde en su corazón la fe en Cristo, y desea compartirla, no guardársela para sí. Desea que todos reconozcan a Jesús como Hijo de Dios, como el enviado para traer bendición y no maldición, los invita a arrepentirse de su maldad, a cambiar de actitud, a mirar las cosas de una forma diferente, solo a través de aquel que ha padecido es posible llegar a Dios.

Sin conversión, sin cambio, sin virar en la dirección de Cristo no hay salvación, no hay bendición.

Con el paso del tiempo esta palabra “conversión” ha sido desprestigiada, ha sido mal utilizada, pero es una palabra hermosa, muy rica, tiene que ver con la re-construcción, si crees has de reconstruir tu vida, tu carácter, tus formas, porque esa reconstrucción no es tuya sino que viene de Dios. Tiene que ver con la transformación, has de transformarte en una persona que deja de lado los egoísmos y el deseo de triunfo personal, para permitir que Cristo transforme tu vida y te dé el tesoro más inmenso que puedas tener: vida en abundancia. Tiene que ver con la evolución, que te permite avanzar de donde habías quedado estancado, dejando de lado toda distracción que te aleja de la fe, y no serás tú quien lo haga, sino que el Espíritu Santo te llevará a evolucionar, caminando hacia adelante al encuentro de aquellos que esperan en necesidad hacer todo este proceso de liberación del atosigamiento del mundo en que vivimos.

Sé libre, ten fe.

Narciso Weiss

Hechos 3,17-26

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