Jueves 28 de agosto

 

Vale más que te inviten allí que ser humillado ante los grandes señores.

 

Proverbios 25,7

 

¿Cómo no recordar con esta parte del proverbio, la segunda del consejo de Jesús que recordamos ayer?
“Cuando te inviten a una fiesta, siéntate en el último lugar, para que cuando venga quien te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a un lugar de más honor’. Así recibirás honores delante de quienes están sentados contigo a la mesa”. ¿Y cómo no sonreír un poco imaginando la escena?
No es la importancia auto asignada la que debemos sostener, como si el ego fuera un globo a inflar hasta que sobrepase a otros en tamaño, o fuéramos un territorio oscuro que necesita recibir la luz de quien brille más que el común de los mortales. Lo que nos hace importantes es lo que logramos ser en la vida de los demás.
La historiografía a menudo fomenta el culto a los héroes y olvida a los individuos importantes. Bertolt Brecht preguntaba: “Tebas, la de las Siete Puertas, ¿Quién la construyó? En los libros figuran los nombres de los reyes. ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra? El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él sólo? ¿César venció a los galos? ¿No llevaba consigo siquiera un cocinero? Felipe II lloró al hundirse su flota. ¿No lloró nadie más?” Y una pregunta para cada historia.
Es más difícil rescatar del olvido la historia de las personas comunes y corrientes, pero es necesario. Ellas son las que nos han marcado la vida, las que nos han señalado caminos, las que nos dieron testimonio de fe. A ellas debemos invitar a la memoria, aquellas que no buscaron las luces que las hicieran brillar, sino que nos mostraron cuál es la luz que brilla. Y por ellas, dar gracias.

 

Oscar Geymonat

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