Así que no juzguen nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones. Entonces, cada uno recibirá su alabanza de Dios.
1 Corintios 4,5
“Las apariencias engañan” decimos comúnmente, pero a la vez tendemos a juzgar al otro por cómo lo vemos -es decir su apariencia-, y no por sus pensamientos y sentires –a menos que nos acerquemos, dialoguemos, nos animemos a conocer al otro.
Muchas veces la sociedad nos lleva a encasillar personas según sus apariencias, vivimos con miedo, optamos por el prejuicio. Alguien con la capucha puesta es un ladrón, y resulta que nos encontramos en un día con viento y lluvia donde tendemos a cubrirnos la cabeza. Alguien con los ojos desorbitados, alguien peligroso; y resulta que esa persona pasó la noche en vela cuidando a un ser querido y ahora tiene que ir a trabajar. Alguien desconocido en la iglesia, que se sienta atrás, cerca del ofrendario; se siente observado, incómodo, mejor estar cerca de la puerta para irse en cualquier momento pues allí no parece bien- venido.
Cuántos sufren por esta manera de mirar; cuántos hacen lo que sea para poder ser mirados con buenos ojos; cómo la vida pasa sin ser sentida y disfrutada, es vivida sin corazón ni razón…
Que lo que seamos, digamos, hagamos esté de acuerdo con tu mi- rada, oh Dios, que observa el corazón, los pensares y sentires, la vida en servicio y amor; y no la mirada del mundo que mira sólo la simple reproducción de lo establecido, lo que se ve, lo que pasa, lo exterior.
Mónica Hilmann
1 Corintios 4,1-5