Yo contesté: “¡Ay, Señor! ¡Yo soy muy joven y no sé hablar! Pero el Señor me dijo: “No digas que eres muy joven. Tú irás a donde yo te mande, y dirás lo que yo te ordene. No tengas miedo de nadie, pues yo estaré contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra.” Entonces el Señor extendió la mano, me tocó los labios y me dijo: “Yo pongo mis palabras en tus labios. Hoy te doy plena autoridad sobre reinos y naciones, para arrancar y derribar, para destruir y demoler, y también para construir y plantar”.
Jeremías 1,6-10
Jeremías se paralizó ante las órdenes del Señor. Es lo primero que genera el miedo en las personas: la paralización. El Señor, al darse cuenta de esto obró sobre Jeremías dándole una de las herramientas más poderosas que existen en la humanidad: le dio palabras, y con ello, la autoridad para destruir y demoler, pero al mismo tiempo la autoridad para construir y plantar sobre reinos y naciones.
Efectivamente eso es lo que generan las palabras en las personas, porque las palabras son las que tienen poder. Y ese poder es poten ciado, amplificado, dependiendo de las palabras y el tono que uti lizamos para expresarnos. Es tan importante el contenido de lo que decimos como la forma y el tiempo en el que nos expresamos. Las palabras producen conversaciones y en las buenas conversaciones se encuentran los cimientos de la cultura humana: casi toda la filosofía griega se construyó intercambiando ideas en simposios, paseos y banquetes. La “buena conversación” (la que se genera en un marco de respeto) es la fábrica de ideas más extraordinaria que tenemos los seres humanos a nuestro alcance, la herramienta más poderosa para transformarnos y ser mejores personas.
David Cela Heffel