Por eso nos diste la espalda, y nos dejaste caer en poder de nuestras maldades.
Isaías 64,6-9
Muchas veces nos acordamos solo del amor de Dios, que ciertamente es inmenso y desinteresado, en los tiempos buenos, que en su maravillosa gracia suelen ser más extensos que los malos. Y en esas buenas épocas solemos llegar al extremo de extender los límites de ese amor tan puro aceptando conductas que Dios llama pecado, olvidando que él es inmutable. Las condiciones en nuestro planeta son variables y en cada cambio generacional debemos ajustar nuestros pensamientos, visiones y concepciones de la vida porque descubrimos aspectos que antes no considerábamos. Pero eso no ocurre con Dios. Solo él está por encima de todo, es eterno, omnisciente y en esa sabiduría completa define los tiempos.
Por tanto, además de insensato y desafiante a su sabiduría es inútil intentar cambiar o suavizar su Palabra. Inevitablemente, esto provoca su enojo y abandono hasta llegar al punto más bajo donde creemos nuestras propias mentiras.
Pero, aun de espaldas, el abandono no es total: Su oído está atento a nuestro clamor.
¡Hagamos un examen de conciencia y volvamos al camino del Señor! (Lamentaciones 3,40 NVI 1999).

Daniel Angel Leyría

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