He puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días.
Deuteronomio 30,19-20
Blanco o negro, varón o mujer, casado o soltero, interior o capital, civilizados o primitivos… y así podríamos seguir. ¿Realmente solo existen dos opciones para elegir? ¿No hay espacio para los matices, la variedad y la diversidad? ¿Qué ocurre con aquellos que no se identifican con esas categorías?
“Recalculando”, dice el GPS cuando tomamos un camino diferente al indicado. Quizás no nos parezca seguro, quizás haya un desvío o simplemente no deseemos seguir por esa ruta. Pedimos ayuda, pero no estamos obligados a seguir sus indicaciones; ya sea al GPS o a otros que intenten imponernos un camino en la vida.
La opción que Dios ofrece a su pueblo es entre la vida y la muerte.
Dios se nos revela como la fuente de vida. Esta vida es diversa, compleja, abundante, buena y plena. Implica una elección libre y amorosa, cuidada por parte del individuo. Con la certeza de que Dios estará presente, acompañando, extendiendo su mano y bendiciendo en cada paso del camino.
Oh Dios, abre nuestras mentes y corazones a la vida buena, plena y abundante que tú nos das; líbranos de los miedos, incertidumbres, prejuicios que la muerte y sus secuaces nos quieren inculcar. Amén.
Mónica G. Hillmann