Mira, Señor, desde el cielo, desde el lugar santo y glorioso en que vives. ¿Dónde están tu ardiente amor y tu fuerza? ¿Dónde están tus sentimientos? ¿Se agotó tu misericordia con nosotros? ¡Tú eres nuestro padre! Aunque Abraham no nos reconozca, ni Israel se acuerde de nosotros, tú, Señor, eres nuestro padre; desde siempre eres nuestro redentor.
Isaías 63,15-16
El pueblo de Israel a lo largo de su historia ha atravesado muchos momentos sumamente difíciles que los llevaron a dudar y tambalear en su fe: esclavitud, el paso por el desierto, guerras, invasiones, deportación, exilio, y más. Sin embargo, lo que siempre los ha sostenido es su fe en la promesa de Dios a su pueblo: “Yo soy tu Dios y ustedes son mi pueblo”.
La historia de fe de quienes nos precedieron, así como la nuestra propia, es la narración de la promesa de Dios a su pueblo. No obstante, esta promesa no se asemeja a las muchas que escuchamos a diario, que en ocasiones carecen de contenido, fundamento o resultan fraudulentas. Esta es una promesa que alberga vida y esperanza, que está presente en la dificultad y en las angustias, y que redime las fuerzas destructoras y oscuras de nuestro mundo.
El Adviento es el tiempo en el año de la iglesia para prepararnos para la llegada del niño de Belén que es el cumplimiento de las promesas de Dios hechas a su pueblo, aquel que trae luz, verdad, vida y reconciliación a este mundo.
“Oh, Mesías prometido, ven tu pueblo a redimir. Dios, escucha su gemido y no tardes en venir.
Ven, Señor, a confortarnos, ven a ser nuestra salud, ven, gran rey, a liberarnos de tan dura esclavitud” (Canto y Fe N° 1).
Sonia Skupch