Luego Jesús salió y, según su costumbre, se fue al monte de los Olivos; y los discípulos lo siguieron. Al llegar al lugar, les dijo: -Oren para que no caigan en tentación.

Lucas 22,39-40

La oración es el camino a la espiritualidad, es el alimento de la fe. Orar es concentrarse, es abstraerse del mundo por un momento y hablar con nuestro Dios. Es concentrarse exclusivamente en esa acción, en soledad. El hecho de orar nos aleja de lo negativo, para llenarnos de esperanza. La oración es el encuentro con Dios, en el que agradecemos y también pedimos por nosotros y por los demás. Nos ocupa la mente y nos aleja de lo que nos inquieta, nos aleja de las dudas para permanecer firmes.

Margot Kässmann escribe: “La oración tiene gran poder, que el ser humano puede ejercer con toda su fuerza. Transforma un corazón amargado en un corazón dulce, un corazón triste en uno alegre, un corazón pobre en uno rico, un corazón duro en uno blando, un corazón débil en uno fuerte, un corazón ciego en uno vidente, transforma un alma fría en ardiente”.

Lutero sentía alegría por todas las oraciones que se realizan en el mundo y se unen para generar una sola energía. La oración por los que viven en lugares lejanos nos une en comunión, nos hacen una sola comunidad. La fuerza que podemos dar a otro con nuestra oración no la podemos medir con un instrumento, pero por testimonios de muchas personas podemos saber la energía que han recibido. Podemos descubrir cómo la bendición de Dios los ha acompañado. Tal vez no de inmediato, pero sí a través del tiempo cuando Dios así lo dispone.

Dios: regálanos la fuerza para permanecer en oración y colaborar en la construcción de tu reino. Amén.                                                                                                           

Inés Schmidt

Lucas 22,39-46

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