También tú serás salvada por la sangre de tu pacto, y yo sacaré a tus presos de esa cisterna sin agua. ¡Vuelvan, pues, a la fortaleza, prisioneros de esperanza! En este preciso día yo les hago saber que les devolveré el doble de lo que perdieron.
Zacarías 9,11-12 (RVC)
Los versículos 11-12 nos recuerdan que Dios también se acuerda de su pacto, confirma su fidelidad al mismo y por esa promesa le anuncia a su pueblo que Él liberará a los cautivos y “restaurará a su pueblo el doble”.
El Señor obra cumpliendo sus compromisos. Su intervención es cierta, ya que se basa en la alianza que concluyó en el Sinaí y que quedó sellada solemnemente por la sangre de los sacrificios (v. 11a; cf. Éxodo 24,4-8). Allí se habían ratificado las promesas hechas a Abraham, que tendrían su pleno cumplimiento en los tiempos mesiánicos.
Seguidamente, el Señor invita a los liberados a volver y tomar posición en la ciudad fortificada. A partir de ahí es que se abre el horizonte de la salvación prometida a los suyos.
“Prisioneros de esperanza”… ¿Qué nos sugiere esta poética expresión en el v. 12? ¿De qué manera es usted un/a “prisionero/a de esperanza”? ¿Hemos atravesado en nuestras vidas una crisis tal que no tuvimos más opción que aferrarnos a la esperanza aun sin esperanza y tal vez con apenas una pizquita de fe?
“De todo laberinto se sale por arriba” (Leopoldo Marechal, escritor argentino). Miremos a lo alto.
Cuando se va la esperanza él nos habla y nos dice: No se alejen de mi lado, permanezcan firmes que siempre estaré. No se alejen de mi lado, permanezcan firmes que siempre estaré. (Canto y Fe N° 235)