Después harás fiesta por todos los bienes que el Señor tu Dios te ha dado a ti y a tu familia.
Deuteronomio 26,11a
Si somos sinceros con nosotros mismos, debemos reconocer dos cosas. La primera es que nos resulta más fácil ver las cosas negativas de la vida en lugar de las positivas. De estas hacemos un mundo, nos ahogamos y desesperanzamos, cuestionamos a Dios y nos sen- timos abandonados. En consecuencia, nos cuesta visualizar en esos momentos todas las bendiciones que recibimos del mismo Dios que cuestionamos.
Lo segundo que debemos reconocer es que nos cuesta ser agradecidos. Agradecer es reconocer que alguien actuó o hizo algo en nuestro favor. Si nos animamos a mirar el recorrido de nuestra vida, descubriremos que, constantemente, hubo quien o quienes actuaron a nuestro favor, incluso en los momentos de dolor, angustia y abandono.
Y ahí descubrimos que la lista de motivos de gratitud es mucho más larga que la de quejas y demandas. Por eso, se nos invita a alegrarnos y a celebrar. La alegría no es un sentimiento pasajero o temporal, sino una expresión consciente, un estado de ánimo o una filosofía de vida que refleja el reconocimiento de que no estamos solos. Sin la ayuda de otros y de Dios, en muchas situaciones no habríamos resistido.
Como resultado de esa gratitud, podemos esforzarnos por compartir esas bendiciones con los demás, especialmente con quienes necesitan un poco de amor y aliento en sus vidas, y hacerlo con alegría.
Te propongo un pequeño desafío. Reúnete hoy con tu familia (o comunícate con ella) y exprésales tu gratitud. Puedes hacer lo mismo con tus amigos, compañeros, pareja y con tu comunidad de fe. Luego, hagan fiesta. No hace falta programar nada; fiesta es el encuentro con el otro. Celebra la vida y sé agradecido por ella.
Pablo Münter