… En las órdenes de Aman y firmadas en nombre del rey Asuero… se ordenaba destruir por completo, y en un solo día, a todos los judíos, fueran jóvenes o viejos, niños o mujeres, y apoderarse de todos sus bienes.
Ester 3,12-13
Ester, quien no sabía nada aun sobre el decreto, se puso muy triste cuando le dijeron que Mardoqueo, su padre adoptivo, estaba muy afligido…
Pero Mardoqueo confió en Dios. Y él estaba al tanto de que Dios llevó a Ester al reino para ese tiempo difícil.
Esta historia nos enseña que nosotros también deberíamos confiar en Dios y no en los hombres. Las Escrituras nos hacen saber lo que sucederá si ponemos nuestra confianza en los hombres y lo que pasará si la ponemos en Dios.
También en nuestra vida hay tiempos en los que a Dios lo sentimos muy lejos.
Parece estar por ahí, pero no allí donde estamos pasando necesidades. Parece estar tan lejos… y solemos preguntarnos: “¿Dónde está Dios?”
En la historia de Ester el pueblo experimentó que Dios mantiene sus promesas. Que tiene la historia en sus manos al igual que nuestra vida, así como el apóstol Pablo lo expresa en su carta a los Romanos: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito.” Romanos 8,28.
Hoy también hay pueblos que son tratados como ovejas llevadas al matadero: se les han quitado sus tierras, sus derechos, libertades, y que fueron avasallados en lo económico, político, cultural, etc.
Pero precisamente allí, donde a veces nos cuesta reconocerlo, interviene por el bien de su pueblo. Ester es la mujer, de quien Dios se vale, para salvar a su pueblo.
Ester ha confiado, no ha temido a la muerte, ha osado molestar a su rey, y, sin embargo ha sido recompensada. Su figura ha salido fortalecida y victoriosa, precisamente porque no ha dudado y ha pedido valor a Dios, su Señor.
Mario Bernhardt
Ester 3,7-15