Jueves 7 de agosto

 

Abram creyó en el Señor, y por eso el Señor lo aceptó como justo.

 

Génesis 15,6

 

La aventura de Abram comienza cuando busca una tierra y una descendencia. Dios lo llama a salir de su país y de la casa de sus padres para ir a una tierra que Él le mostraría. Dios promete bendecirlo y hacer de él una gran nación.
Abram y su esposa Sara ya eran muy ancianos, y la posibilidad de tener hijos era casi imposible. Sin embargo, Dios le habla de una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo. Abram no vacila en creer en las palabras del Señor, por lo que fue declarado justo por su fe, no precisamente porque tuviera una vida recta y obediente.
Este pasaje nos enseña que la fe en Dios es suficiente para justificarnos, sin necesidad de obras o esfuerzos personales.
Lamentablemente, esa creencia equivocada de que las personas son salvadas por las buenas obras aún sigue vigente, a pesar de que el apóstol Pablo dedica todo un capítulo en la carta a los Romanos para hablar sobre el tema de la justificación (capítulo 4).
No obstante, para que esa fe sea perfecta, debe ir acompañada de acciones (Santiago 2,14 y siguientes). De lo contrario, sería una fe muerta o inútil.
El hecho de sabernos justificados, perdonados y salvados por fe debe llevarnos indefectiblemente a realizar obras de bien. Hoy somos invitados a identificarnos con el creyente que el texto presenta, pero el único maestro y Señor a quien debemos imitar y seguir es Jesucristo. Amén.

 

Stella Maris Frizs

 

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