Y yo respondí: ¿Qué debo gritar?
Isaías 40,6-11

Hay situaciones en las cuales no hablamos, sino que gritamos.
Gritamos cuando tenemos miedo y nos asustamos.
Gritamos para dar una alerta a alguien.
Gritamos para llamar a alguien que está lejos.
Gritamos cuando estamos enojados.
Gritamos cuando la alegría nos desborda.
Gritamos el gol de nuestro equipo favorito.
Gritamos cuando queremos ser escuchados en un ambiente de mucho ruido.
Y también gritamos cuando queremos imponernos sobre otros.
Hace mucho tiempo, cuando el pueblo de Israel estaba en el exilio en Babilonia, Dios le pidió a Isaías que gritara.
E Isaías le pregunta: ¿Qué debo gritar?
Debía gritar la buena noticia de Dios.
Debía gritar que si bien la vida del ser humano es finita como la hierba, la palabra de Dios es eterna. La palabra de Dios permanece para siempre, así como también sus promesas.
Debía gritar que Dios no se olvida de su pueblo, y que siempre está presente. Y que ahora viene a traer la salvación y mostrará su poder.
Dios no se olvida de los suyos. Y aunque no lo veamos, está.
Y esto, es una noticia tan importante y tan fuerte que es necesario que todos la escuchen. No alcanza con decirla, hay que gritarla.
Querido Dios, te pedimos que en este tiempo previo a la Navidad, donde hay “muchos ruidos” que enmascaran las buenas noticias, no tengamos miedo de gritar. Sí, de gritar que Jesús vino al mundo, que nació humilde en un pesebre. Y que vino a cambiar la historia, la de todos y la mía también. Amén.

Juan Dalinger

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