Enviaron mensajeros a los habitantes de Quiriat Yearín, para que les dijeran: “Los filisteos han devuelto el arca del Señor. Vengan y llévenla con ustedes”. Los habitantes de Quiriat Yearín fueron y se llevaron el arca del Señor.

1 Samuel 6,21;7,1

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En mi comunidad me da muchísima alegría ver a ancianos de edad muy avanzada cómo cantan con entusiasmo y a viva voz himnos religiosos que sus padres trajeron cuando inmigraron a nuestras tierras. Incluso, si alguno desentona, no les importa, porque esas canciones reviven lo más profundo de su ser.

En este relato, el pueblo de Israel sufrió el robo de su símbolo religioso más importante, que era el arca del Señor o el arca del pacto, que contenía entre otras cosas, las tablas de la Ley que recibió Moisés en el Sinaí. Para el pueblo de Israel, este arca le daba un significado e identidad transcendental. Este símbolo religioso estuvo durante varios meses en poder de sus enemigos, pero para ellos ese objeto en sí, no les significaba nada, sólo que era un trofeo de guerra. Y, además, para los filisteos, esta cosa parece que era la causal de muchas plagas, por lo que decidieron devolverla.

Cada uno de nosotros, en nuestras comunidades, también tenemos una forma de vivenciar y celebrar la fe. Esta fe es un regalo de Dios para cada uno de nosotros, pero la expresamos también de una manera particular, conforme a cómo lo hemos “aprehendido” en nuestra cultura.

En la sociedad contemporánea, en que las tecnologías, especialmente en los medios de comunicación y en las redes sociales, van tomando más preeminencia, relegando a todo lo que sea encuentro comunitario, esto hace que cada vez más personas vivan solas en grandes urbes, lo que se está convirtiendo en una epidemia del siglo actual. Por ello es importante que valoricemos y consolidemos los encuentros comunitarios de fe, al igual que los leños en el fuego, si están sólos, se van apagando, pero juntos hacen un gran fogón. Y vos sos una persona muy importante para Dios, no dejes de estar en el gran fogón, porque él cuenta contigo.

Rubén Mohr

1 Samuel 6,1–7,1

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