Sin embargo, ninguno de ellos recibió lo que Dios había prometido, aunque fueron aprobados por la fe que tenían, porque Dios, teniéndonos en cuenta a nosotros había dispuesto algo mejor, para que solamente en unión con nosotros fueran ellos hechos perfectos.

Hebreos 11,39

Hemos podido compartir a lo largo del capítulo 11 de Hebreos, cómo la fe fue el medio por el cual los creyentes en el Antiguo Testamento alcanzaron un testimonio aprobado delante de Dios. Algunos debieron confiar en que Dios haría verdaderos milagros con ellos, como Abraham, como el pueblo de Israel, Rahab, Josué. Otros, alcanzaron una fuerza sobrehumana para batallar con grandes y experimentados ejércitos, como Gedeón, Sansón o David. Otros vieron cómo sus seres queridos fallecidos volvieron a la vida, como la viuda de Sarepta que abrazó a su pequeño resucitado. Sin embargo, no debemos pensar que la fe nos garantiza obtener todo lo que queremos en esta vida, sino que la fe es una herramienta para que Dios, no nosotros, obre en medio nuestro. Cierto es que hijos e hijas de Dios fueron librados de la muerte, pero no es menos cierto que la mayoría de los creyentes del Antiguo Testamento sufrieron persecuciones y crueles tormentos, y en muchos casos, la misma muerte. Si queremos encontrar algo en común que tienen todos los nombres mencionados en este capítulo esto es que todos mantuvieron la fe en medio de pruebas, dificultades, en medio de situaciones inciertas y realmente muy complicadas en la vida.

Nuestra realidad de vida, es tan especial y tan específica porque cada ser humano lo vive de manera distinta, algunas se relacionan, pero lo que pasa por dentro de cada uno de nosotros tiene sentimientos distintos. Ahí es donde necesitamos descubrir a Dios, descubrir que nuestra vida es valiosa, que la vida desde la mirada de la fe nos ayuda a experimentar a un Dios que nos ama.

Señor, te detienes para acompañarnos en nuestro cansancio; Señor, nos miras con paz y nos abrazas para sostenernos; Señor, nos animas en la fe para seguirte. Amén.

Mario Gonzáles

Hebreos 11,32-40

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