Jesús echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba en la cintura.
Juan 13,5
Jesús está a punto de dejar a sus discípulos, y quiere ofrecerles algo más que un recuerdo, un gesto simple, que corre el riesgo de pasar inadvertido: se pone a lavarles los pies. Como diciéndoles que el amor no consiste en grandes gestos; al contrario, muchas veces se traduce en pequeñas muestras, humildes y sencillas.
El gesto de Jesús significa eliminar cualquier barrera o diferencia para ir hacia las personas con el amor más fraterno, para arrodillarse a sus pies y estar disponible para los quehaceres más humildes.
Ante semejante escena, nosotros corremos el riesgo de ser como Pedro: de escandalizarnos y reaccionar indebidamente.
Entonces, como Pedro, también nosotros tenemos necesidad de ese dulce reproche: Si no te lavo, no tendrás parte conmigo. Que es como decirnos: Si no aceptas este modo de obrar, si no entras en esta mentalidad, no puedes llamarte cristiano, no puedes ser mi discípulo.
Jesús, está realizando sus últimos gestos: es la lección de humildad, es la afirmación de que la vida vale solamente si se pone al servicio de los demás.
Hoy, en el día Internacional de la Mujer, es fundamental comprender la grandeza del ejemplo de Jesús quien buscó la igualdad entre el hombre y la mujer como una condición para proclamar la dignidad de los hijos e hijas de Dios y lograr la justicia social en una mutua entrega de amor y mutuo respeto.
Mario Bernhardt
Juan 13,1-11