Pedro los hizo salir a todos, y se arrodilló y oró; luego mirando a la muerta dijo: “¡Tabita, levántate!” Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se sentó. Él la tomó de la mano y la levantó; luego llamó a los creyentes y a las viudas, y la presentó viva.
Hechos 9,40-41
En el capítulo 9 del libro de los Hechos encontramos esta hermosa historia de Tabita o “Dorcas”, que en castellano significa gacela. Era una mujer muy reconocida en la comunidad por su fe y por el excelente trabajo que hacía para ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Dorcas enfermó y falleció, y sus allegados comunicaron la noticia al apóstol Pedro.
Pedro, cuando llegó, de inmediato se puso en acción: después de orar, dijo: Tabita, levántate! Cuánta alegría habrá sentido la gente por poder tener de nuevo con vida a esta apreciada mujer.
La muerte es dolorosa. Sin embargo, también hay otra muerte que duele. Encontré recientemente una frase que dice: “La gran tragedia de la vida no es la muerte. ¡Es lo que dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos!” (Norman Cousins).
Me pregunto: ¿Cuántas Tabita habrá en nuestras comunidades, en nuestros pueblos y ciudades? ¿Y en nuestras congregaciones e iglesias? Personas que, aunque estén físicamente vivas, se sienten muertas en vida, sin fuerzas, sin ánimo, sin la alegría necesaria para seguir viviendo.
¿A cuántas de esas personas, al igual que Pedro, podemos hoy extender la mano, reanimarlas y decirles: “¡Levántate!”, “¡Vamos!, tú eres importante”, “¡Te queremos!”? Y así ayudarles a volver a la vida plena.
“Dame tu mano, vamos a andar, juntos a caminar. / Vamos con fe, tenemos un Dios capaz de liberar. / Con alegría y seguridad de un sol que aún va a brillar. / Luchando contra toda injusticia, que se va a acabar” (Canto y Fe número 333).
Bernardo Raúl Spretz