Mujeres y hombres inspirados por el Espíritu divino, relataron en las páginas de la Biblia sus experiencias de encuentro, fe y amor. La Iglesia reconoce esa inspiración; y cree y confía que esa colección de documentos revela la Palabra de Dios.
El Antiguo Testamento es una colección de textos sagrados del pueblo de Israel. El Nuevo Testamento no es simplemente «la segunda parte» de la Biblia, tampoco se lo toma aisladamente del Antiguo. Para comprenderlo es importante conocer cuanto hay en él de relectura y actualización de promesas y anuncios contenidos en la Biblia hebrea.
Para la fe cristiana, Jesucristo es la revelación fundamental de Dios. La obra de Dios, iniciada en el Antiguo Testamento, encuentra su cumplimiento en Jesucristo, tal como nos lo presenta el Nuevo Testamento. Por esta relación tan estrecha entre ambos Testamentos, entre Jesús y su pueblo, entre las promesas y su cumplimiento, debemos afirmar que para poder comprender el Nuevo Testamento, necesitamos indefectiblemente el Antiguo.
La rama protestante del cristianismo considera que no hay otro acceso a la revelación de Dios fuera del libro inspirado, normativo y sagrado, que da testimonio y transmite su Palabra.
Con mucha sabiduría de lo alto, la Iglesia siempre defendió la integridad de su Biblia completa y se opuso al rechazo del Antiguo Testamento. Olvidarse de él no sólo significa perder las raíces hebreas de la iglesia y de Cristo mismo. También equivale a desperdiciar buena parte de la revelación de Dios.