No debes hacer de Cristo un Moisés. [Martín Lutero][1]
Durante gran parte de la Edad Media, tanto las imágenes que daban sentido a los portales de las grande iglesias como luego los vitrales -que debemos reconocer como los primeros audiovisuales de la historia- fueron aquello que se llamó “el Evangelio de los pobres” (En realidad, de los analfabetos, ya que en aquel tiempo como ahora viene a ser sinónimo de pobres). Lucas Cranach, el Viejo cumple con sus pinturas y grabados la misma función. Sus obras son espectaculares explicaciones y visualización de la Teología luterana.
Esta imagen que hoy nos ocupa es un muy buen argumento como para colocar nuevamente en su centralidad un tema importantísimo en la Teología de la Reforma: la clara distinción entre Ley y Evangelio. El genio de la Teología Luterana consiste en ese proceso transversal a todos los temas de distinguir pero sin separar.
La Palabra de Dios, Jesucristo, siempre se revela en dos vertientes: por un lado la Ley, que en un origen fue expresión del amor de Dios, luego de la caída se transforma en expresión de la ira de Dios. Es importante tener en cuenta este cambio que la caída produce en la naturaleza de la Ley. Acompañando y dándole sentido pero desde otra dinámica, encontramos la promesa de liberación, perdón y reconciliación que llamamos las Buenas Noticias. En síntesis, encontramos el Evangelio que ilumina y revela el sentido y objetivo actual de la Ley. Para Lutero preservar esta distinción permite construir una comprensión o hermenéutica de las Escrituras y la formulación de una teología realmente evangélica.[2]
Lutero afirma claramente en repetidos escritos: “Ves que el evangelio no es propiamente un código de leyes y preceptos que nos exija actuar, sino un libro de promesas divinas, en el cual nos promete, ofrece y da todos sus bienes y beneficios en Cristo. El hecho de que Cristo y los apóstoles impartan muchas enseñanzas buenas, y expongan la ley, ha de considerarse, entre los beneficios, como otra obra de Cristo, ya que la correcta enseñanza no es de ninguna manera el beneficio más insignificante. Por eso vemos también que no insta atrozmente ni apremia, como lo hace Moisés en su libro y como es del mandamiento hacerlo, sino que enseña con amor y amistosamente. Sólo dice qué hemos de hacer y dejar; qué sucederá a los que obran mal o proceden bien. Pero no apremia ni coacciona a nadie. Incluso enseña tan afablemente que más bien anima que manda. Empieza diciendo: «Bienaventurados los pobres», «bienaventurados los mansos»[3], etc. Y también los apóstoles por regla general usan las palabras: exhorto, ruego, suplico, etc. Moisés empero dice: mando, prohíbo; y, además, amenaza y asusta con castigos y penas horribles. En base a esta instrucción puedes leer y oír con provecho los evangelios”[4]
Esta imagen divide el espacio del cuadro en dos mitades que dialogan por antítesis una con la otra. El árbol de la vida del Paraíso o el árbol de la Vida plantado en el centro del nuevo tempo del Apocalipsis divide sin separar estas dos visiones. A la izquierda tenemos el comentario visual desde la perspectiva luterana de la Ley mientras que a la derecha encontramos la comprensión del Evangelio. Ambos son dos caminos que llevan a destinos muy diferentes y en cierto sentido totalmente opuesto.
En el espacio de la Ley podemos ver en el fondo a Adam y Eva tentados por la serpiente del mal y comiendo el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Tenemos también imágenes que resumen la historia de la salvación ya que el pacto roto en el Paraíso se complementa con imágenes de la liberación de todas las esclavitudes representada por las tiendas de diversos éxodos. Podemos ver en esas tiendas de campaña tanto el llamado a Abraham y su peregrinación a la nueva tierra prometida como también el proceso de liberación del éxodo que nos lleva a caminar por los muchos desiertos de purificación y transformación.
En el ángulo derecho debajo de la escena encontramos a Moisés explicando la Ley a un Adam que conduce hacia la muerte a toda la humanidad, representado en el otro ángulo de la escena. Moisés seguramente está acompañado por los profetas del Antiguo Testamento que complementan el mensaje de la Ley y aquí se nos revela el sentido de la Ley según la Reforma. Su primera función es confrontar al ser humano y a toda la humanidad de su situación de pecado y cómo esos seres humanos han fracaso en el cumplimiento de la eterna voluntad del Creador.[5]
La Ley al mismo tiempo revela la voluntad divina de liberación, solidaridad y justicia y por otro lado el fracaso de esa humanidad desde los tiempos ancestrales de cumplir esa voluntad. La Ley le revela al hombre su caminar hacia la muerte. La Ley de Dios hace necesario para que su cumplimiento sea perfecto que se cumpla en el amor total e incondicional a Dios. No es suficiente su cumplimiento externo si no está acompañado ese cumplimiento con el amor y el perfecto discipulado. [6]
En el otro espacio, encontramos nuevamente a Adam pero caminando en sentido opuesto al que transitaba la otra mitad de la imagen, la de la Ley. En ese espacio tanto el maligno y la muerte siguen los pasos de Adam que marcha solo en ese camino descendente, a pesar de la advertencia que le hace Moisés y los consejos de los profetas.
En el espacio de la gracia, la humanidad representada por Adam nuevamente, el camino es ascendente y ya la humanidad no está sola. Un guía sorprendente: uno de los evangelistas que le señala el otro camino que pasa necesariamente por el Cristo crucificado que, como el Cordero de Dios, vence a la serpiente del enemigo. A diferencia del espacio destinado a ilustrar los aspectos de la Ley donde veíamos la imagen en lo alto de Cristo como juez con las espadas de dos filos han de juzgar al mundo, en cambio ahora este espacio está presidido por la imagen del Cristo resucitado pero con la cruz en gloria. El resucitado siempre es el crucificado. Esta realidad se puede distinguir pero no separar.
El camino de la Ley y el camino de la Gracia anunciada en el Evangelio tienen direcciones opuestas y testigos diferentes. Quienes intentan usar la Ley como un camino para alcanzar la reconstrucción de la relación con el proyecto de Dios malinterpretan los mandamientos y los usan de forma equivocada. La ley actúa en forma contraria a la justificación proclamada por Jesús de Nazaret[7]
La Ley nunca es la completa Palabra de Dios. Solo el Evangelio contiene las promesas reveladas en Cristo: “El Evangelio es la predicación del perdón de los pecados por medio del nombre de Jesucristo”[8] Aquí también tenemos una clara distinción como lo representa esta imagen. La Ley y el Evangelio se enfrentan. Mientras que la Ley tiene exigencias de pureza de corazón para su cumplimiento y de una radical obediencia, el Evangelio proclama que todos los pecadores e impuros, es decir, toda la humanidad, son aceptados a través de la vida, pasión y resurrección de solo Cristo. Esta proclamación siempre será el escándalo del Evangelio y aquello que tanto le cuesta aceptar a quienes siempre quieren colocar requisitos, códigos de pureza, reglamentos de imposible cumplimiento, son aquellos que siempre están dispuestos a tira la primera piedra.
Esta imagen nos proclama que el Cordero de Dios, el Cristo Crucificado es el único que nos abre las puertas de todas las tumbas para celebrar la resurrección de todas las liberaciones y de esta forma alcanzar la Jerusalén celeste que ya vemos al fondo de este cuadro.
Pastor Lisandro Orlov
Iglesia Evangélica Luterana Unida en Argentina y Uruguay.
Buenos Aires. Julio de 2015.
Datos biográficos de LUCAS CRANACH EL VIEJO: Pintor y grabador, Lucas Cranach el Viejo (Alemania, 1472-1553) es «uno de los artistas señalados de la historia del arte y reconocido protagonista, junto con Alberto Durero, del Renacimiento alemán». Tomó el sobrenombre de la pequeña ciudad alemana de Kronach (Franconia), en donde nació y recibió, de manos de su padre, las primeras enseñanzas del oficio.
Partidario de la Reforma protestante, fue amigo íntimo de Martín Lutero, para quien pintó obras religiosas de carácter didáctico y varios retratos. También creó «su propio ideal de desnudo femenino, cuyo particular atractivo ha perdurado hasta nuestros días».
Aunque se conocen «poco» de sus años tempranos, está documentada su presencia en Viena hacia 1502. El ambiente surgido en esa ciudad en torno a la universidad ejerció «gran influencia» en Cranach, quien, a partir de entonces, asumió los ideales humanistas. Entre 1505 y 1550 permaneció en Wittenberg, al ser nombrado pintor de corte por el elector Federico III. Allí, no sólo trabajó como pintor y grabador, sino que también se ocupó de la organización del artesanado, de la supervisión de los proyectos arquitectónicos, del desarrollo de las ceremonias y de todo el ambiente estético relacionado con la corte. Como burgomaestre de la ciudad, fue también propietario de una librería y una farmacia, y emprendió diversos negocios que le proporcionaron «prosperidad y una buena posición».
En 1508 viajó en misión diplomática a los Países Bajos, a la corte del emperador Maximiliano. Desde ese momento, se aprecia un cambio en su pintura, que resolverá las figuras mediante «un suave modelado». A partir de 1520 su taller, en donde trabajaron sus dos hijos Hans y Lucas Cranach el Joven, comenzó a recibir numerosos encargos y, junto a los temas religiosos y los retratos, desarrolló una amplia producción de temas clásicos y mitológicos. En los últimos años de su vida, Cranach acompañó al exilio al elector Juan Federico I, primero a Augsburgo y más tarde a Weimar, donde murió en 1553. Lucas Cranach El Viejo dejó «gran cantidad» de pinturas y grabados, así como un taller que le sobrevivió y continuó creando versiones de sus obras décadas después de su muerte.
Pastor Lisandro Orlov
Iglesia Evangélica Luterana Unida en Argentina y Uruguay.
[1] Obras de Martín Lutero. “Lo que se debe buscar en los Evangelios”. Ediciones La Aurora. Buenos Aires 1979. Tomo VI. Página 40
[2] Althaus, Paul. “The Theology of Martín Luther” Fortress Press. Philadelphia. 1966. Law and Gospel. Página 251
[3] Lucas 6:20; Mateo 5:3‑5.
[4] Obras de Martín Lutero. “Lo que se debe buscar en los Evangelios”. Ediciones La Aurora. Buenos Aires 1979. Tomo VI. Página 42
[5] Ídem. Página 254. “Ahora la ley no ayuda al hombre para llegar a ser justo. Por el contrario, ella revela su naturaleza pecadora y la aumenta. Constantemente le acusa y le entrega a la ira de Dios, al juicio y a la muerte eterna”
[6] Ídem. Página 254. “La ley de Dios implica un corazón puro, obediencia, un perfecto temor y amor de Dios. La ley no se la satisface a través del mero cumplimiento externo” (traducción del inglés personal)
[7] Ídem. Página 255. “Cualquiera que trata de interpretar y usar [la ley] como un medio para alcanzar la justificación delante de Dios, consecuentemente malinterpreta y se equivoca completamente” (traducción personal del inglés)
[8] Idem. Página 256
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