Señor, dígnate a escucharme; ¡date prisa, líbrame ya! Sé tú mi roca protectora, ¡sé tú mi castillo de refugio y salvación! En tus manos encomiendo mi espíritu
Salmo 31, 1-5

Salmos, las canciones de la Biblia. Cuando era niña traté de imaginarme a la gente unida al canto en ronda, delante de sus casas. Los textos sugieren que no fueron cantados en coro como lo solemos hacer nosotros. Este salmo trata de una experiencia personal, una situación vivida que quiere ser contada, compartida. El autor eligió el canto para deshacerse de sus penas, sus dudas y también para cantar su fe, su credo. ¿Qué melodía habrá tenido ese canto?
¿Qué será lo que ha vivido este cantante? Habla de trampa, parece estar expuesto. No tiene protección. Pide por una roca protectora, un refugio. ¿Cuántas veces necesitamos una roca para escondernos, un refugio para protegernos? Este salmo tiene miles de años y aún así nos habla en nuestra actualidad.
El cantante también pide por salvación. Se siente encerrado, combatido, amenazado por sus prójimos. Pero tiene esperanza: nuestro Señor, el Salvador, nuestro fuerte, nuestro castillo, nuestra roca. Cualquier experiencia que nos toque, cualquier dificultad, podemos acudir a Él, llamarlo en la oración o cantar, como hizo el salmista hace miles de años. Nuestra certeza es que podemos encomendar nuestro espíritu, nuestras vidas en las manos de Dios.
“El nombre de Dios te ampare cuando apriete la refriega, sobre ti su gracia llueva; que su ayuda te defienda; reciba el Señor tu ofrenda en el día de tu entrega”. (Canto y Fe 233)

Érica Arning

 

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