¡Cuida, oh Dios, de mí, pues en ti busco protección!

Salmo 16,1

En la época de mi infancia, era común que mi familia y yo, junto a los vecinos del barrio, participáramos en ejercicios de preparación para una eventual guerra. A los niños y a las personas mayores nos correspondía ir a los refugios, donde permanecíamos por todo el tiempo que duraba el simulacro bélico. Pasada la “amenaza”, salíamos de aquel lugar subterráneo y volvíamos a la seguridad de nuestras casas.

En la experiencia del salmista, el único refugio completamente seguro es el Señor. Conoce que hay otros dioses, en los cuales se complacen quienes les siguen y les rinden devoción. Pero él ha decidido no participar en los sacrificios que les hacen a esos dioses ni pronunciar siquiera sus nombres. Por eso es que comienza su canto con un grito de socorro, pues confía en la protección de Yahvé y quiere permanecer fiel a Él. Tal es su confianza, que reconoce que toda su vida se halla en las manos de su Dios, por lo que alberga incluso la esperanza de que Él no le abandonará en el sepulcro sino que le mostrará nuevamente el camino de la vida.

Los cristianos y cristianas hemos puesto nuestra fe en un Dios que no solo crea la vida, sino que además la sustenta y la protege en todo momento. Esa fe es la que alimenta nuestra esperanza. No hay, pues, mejor modo de dar testimonio de esa esperanza que siendo promotores y defensores permanentes de la vida.

…la hora de la muerte aún nos enviará de nuevo a espacios nuevos, el llamar de la vida nunca tendrá fin… (Poema “Grados”, Hermann Hesse). 

 Rolando Mauro Verdecia Ávila 

Salmo 16,1-4

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