Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.

Juan 3,30 (RV)

Repasando los relatos que hablan de Juan el Bautista, vemos como éste buscó siempre ubicarse en un segundo lugar. Nunca buscó protagonismo, ni destacarse, ni sobresalir.
Al contrario. Dejó claro que él no era la luz, pero que venía a dar testimonio de la Luz. Dejó claro que él no era el Mesías, sino apenas una voz que grita en el desierto. Dejó claro que él solo bautizaba con agua, pero el que vendría después que él, bautizaría con Espíritu Santo y fuego.
Juan se refería a Jesús como alguien mucho más grande, más importante y más poderoso que él. Y a quien él ni siquiera se consideraba digno de desatar la correa de sus sandalias.
La verdad es que nos asombra la humildad de Juan. Su simpleza, su modestia, su sencillez, su fidelidad. Es cierto que predicó con palabras agresivas, casi ofensivas, sin tapujos ni reservas. Pero lo hizo con la firme convicción de que había sido enviado para allanarle el camino al que vendría después de él. Lo hacía convencido de que el Reino de Dios estaba cerca y era hora de volverse a Dios para que Dios les perdonara los pecados.
Que nosotros tengamos también la certeza de ser instrumento en las manos de Dios para trabajar en su Reino. Y quiera ese Dios darnos la humildad de Juan de manera tal que todo lo que hagamos o digamos no sea para gloriarnos o ganarnos aplausos y reconocimientos. Sino que nuestra mirada esté siempre puesta en Jesús, nuestro único Señor y Salvador. Amén.
Dios te llama a trabajar para su Reino, a ser sal, ser levadura, luz del mundo. Dios te envía, te sostiene y te dirige. Vive alegre y confiando en el Señor… (Cancionero Abierto Nº 98)

Stella Maris Frizs

Juan 3,22-36

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