Altísimo Señor, ¡qué bueno es darte gracias y cantar himnos en tu honor!
Salmo 92,1
Gratitud: Es algo que parece tan sencillo, y a la vez es tan profundo y significativo. Ser agradecidos no requiere mucho esfuerzo, pero tiene un valor inmenso.
Al final de cuentas, todo lo que somos y poseemos se lo debemos a alguien, en primer lugar a Dios. Él nos ha concedido la vida y provee todo lo necesario para vivir. Nos bendice con cada nuevo día y nos brinda su amor.
Luego están nuestros padres, abuelos, maestros, amigos, profesionales de la salud, etc. Todos, de alguna manera, han contribuido a nuestra formación, desarrollo y personalidad. Es muy probable que siempre tengamos una deuda de gratitud con alguien.
No podemos andar por la vida pensando que todo es producto de la casualidad, del azar, de la buena voluntad de la naturaleza.
Cada célula microscópica, cada flor maravillosa, cada matizado amanecer, cada paisaje indescriptible, cada talento extraordinario,…todo es obra de Dios.
Por eso podemos decir junto con el salmista: ¡Qué bueno es darte gracias, Señor!
Y no solo por aquello que nos llena el alma, o nos produce satisfacción. También debemos agradecer las noches oscuras, los días nublados, las soledades, las lágrimas, las inquietudes. A veces es necesario pasar por la tristeza para conocer la alegría. O atravesar una enfermedad para valorar la salud. A veces debemos vivir momentos sombríos y confusos para descubrir la luz.
La gratitud es una práctica saludable porque es una manera de expresar nuestra fe, porque conforta nuestro espíritu y nos hace crecer como creyentes. Amén.
“Gracias, Señor, por la alegría, gracias también por el dolor; gracias porque tú siempre nos sostienes con amor” (Canto y Fe Nº 190)
Stella Maris Frizs