Yo te he dicho: “tú eres mi Señor, mi bien; nada es comparable a ti”
Salmo 16,2
El mundo está repleto de individuos que ejercen poder, y cuando menciono “individuos” no me limito a hombres o mujeres, sino a personas en general, cuyo dominio se establece a través de la opresión y el control. Estos individuos, sin importar su género, contribuyen a la promoción de la guerra, la desigualdad, el hambre, la injusticia y la violencia.
En muchos casos, estas manifestaciones de dominio se convierten en sistemas, modelos y normas que terminan siendo asumidos de manera natural y aceptados por el mundo, e incluso llegan a ser idolatrados. Por lo tanto, en medio del contexto de relativismo cultural y religioso en el que vivimos, no debemos temer en proclamar al mundo que nuestra fe está arraigada en Cristo Jesús, el verdadero Señor de señores, Dios sobre todos los dioses, y el salvador de la humanidad. De esta manera, podemos dar testimonio del Dios de la vida, quien no puede ser equiparado a ninguna otra cosa ni a nadie más, ya que en Él depositamos nuestra plena confianza. Que esta declaración de fe proclamada por el salmista se convierta en una constante confesión de fe para todos nosotros.
“Nada es comparable a ti, mi Señor; nada codiciable como tu favor; Señor adorable, te abro el corazón: nada es comparable a ti mi señor” (Canto y Fe N° 266).
Raúl Müller