Tú, Moisés, lleva a Aarón y a su hijo Eleazar a la cumbre del monte Hor, allí le quitarás a Aarón la ropa sacerdotal y se la pondrás a Eleazar. Aarón morirá allí.
Números 20,25-26
A los seres humanos nos resulta muy duro reconocer que somos mortales. Del mismo modo, también nos cuesta dar un paso al costado y dejar nuestro lugar a otras personas o a las nuevas generaciones. ¡Cuántos dirigentes afirman: “yo no puedo dejar, porque no hay quien asuma”! Con esta actitud, frecuentemente repelen a quienes quisieran acercarse y colaborar. Por algo se dice que “los cementerios están llenos de personas ‘imprescindibles’.”
Aarón tuvo que tomar conciencia de que había llegado el momento de delegar, y subió con Moisés y Eleazar al monte Hor. Allí entregó su vestimenta, y con ella, su investidura. Y, a pesar de su muerte, la vida continuó.
Un autor anónimo advierte: “Cuando alguna vez te creas importante y sientas que tu ego se te hincha al florecer, y cuando te inclines a dar por sentado que eres, de entre todos, el mejor; y cuando te domine la impresión de que al irte dejarás un vacío difícil de llenar, sigue estas sencillas instrucciones y verás cómo a tu alma retorna la humildad.
En un balde lleno de agua introduce tu mano hasta el fondo y luego retírala, y el vacío que resulte te dará la medida de lo que te extrañarán.
Agita la mano dentro del balde cuanto quieras, salpicando por doquier, pero detente y descubrirás de pronto: todo se aquieta y vuelve a su lugar.
La moraleja de este sencillo ejemplo nos enseña que debemos actuar siempre dando de nosotros lo mejor, con perfección y optimismo de bien hacer, pero recuerda: nadie es realmente indispensable.”
Yo quiero ser, Señor amante, como el barro en manos del alfarero. Toma mi vida y hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo. (Canto y Fe Nº 268)
Bernardo Raúl Spretz
Números 20,22-29