Cuando los fariseos vieron esto, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come su Maestro con cobradores de impuestos y con pecadores? Al oír esto, Jesús les dijo: No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos.

Mateo 9,11-12

Cuántas veces escuchamos decir “yo no voy a la iglesia, porque me indigna que en los primeros bancos se siente fulano de tal, como si uno no supiera quién es o qué hizo”. Parece que desde que existe el mundo los seres humanos nos empeñamos en juzgar a los demás.

Creemos que somos dignos de decidir quiénes pueden sentarse en los primeros bancos del templo y quiénes no, quiénes pueden comer con Jesús y quiénes no lo deben hacer, quiénes pueden participar de la eucaristía y quiénes no lo merecen.

Juzgamos las actitudes del prójimo, pero, ¿somos capaces de reconocer nuestras propias faltas?

Un refrán popular dice que “antes de juzgar a otros hay que mirarse uno mismo”. Si así lo hiciéramos, entonces…, ¿quién tiraría la primera piedra?

Jesús no vino para estar con los “sanos” sino con aquellos que reconocen que están enfermos, los que necesitan de él. Los que están dispuestos a reconocer sus faltas, escuchar sus enseñanzas y ponerlas en práctica.

Me pregunto ¿de qué lado estamos? ¿Nos reconocemos pecadores o fariseos? ¿Creemos que estamos sanos o nos reconocemos enfermos?

El Señor viene a nuestro encuentro con sus manos llenas de misericordia para sanarnos y con su manto repleto de piedad para cobijarnos. Simplemente nos pide que abramos nuestro corazón.

Querido Dios: danos humildad y compasión. Humildad para recono-cer nuestras faltas… Compasión para tender nuestras manos a nuestro prójimo y recorrer juntos el camino de la fe. Amén.

Silvia Noemí Bierig

Mateo 9,9-13

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