¡Alaben al Señor desde el cielo! ¡Alaben al Señor desde lo alto!… ¡Alábenlo, sol y luna! ¡Alábenlo ustedes, brillantes luceros! ¡Alábalo tú, altísimo cielo, y tú, agua que estás encima del cielo!
Salmo 148,1.3-4
En los libros poéticos y sapienciales de la Escritura, vamos a encontrar muchas afirmaciones que llevan a los lectores a recordar y alabar a Dios.
En el pasaje que tenemos frente a nosotros, se menciona que será la naturaleza misma la que eleve su alabanza a Dios, a través de lo que se conoce como el ciclo de la naturaleza. La pregunta que nos vendría a la mente es: ¿de qué manera los cielos, el sol, la luna y toda la naturaleza alabarán a Dios? Pues cumpliendo con este ciclo, que incluye la producción de frutos por la tierra, el giro de los astros en sus órbitas y la provisión de lluvia por los cielos.
Si estudiamos el pasaje desde el punto de vista histórico, nos damos cuenta de que no es casual que el autor de este salmo mencione a los cuerpos celestes, como el sol, la luna y las estrellas. Estos cuerpos celestes eran vistos como deidades en muchas de las culturas de la época con las cuales el pueblo de Israel convivía. Lo que queda claro es que estos astros están subordinados al poder de Dios; no son entidades todopoderosas y no tienen ninguna influencia sobre el destino de las personas, como se creía en el pasado y aún se cree en la actualidad en muchas ocasiones.
Y esta alabanza que toda la creación da a nuestro Dios, también nos compromete como seres humanos y pueblo de Dios a cuidarla, no violentándola y utilizando de manera adecuada y justa todos los recursos naturales, recordando que son objetos del amor de Dios y que tenemos la obligación ante Él de hacer buen uso de ellos.
Roberto Trejo Haager