Yo daré a conocer el decreto que el Señor me ha comunicado: “Tú eres mi hijo. En este día te he engendrado.”
Salmo 2,7

En el largo caminar del pueblo de Israel, la monarquía marca un punto de inflexión. Inicialmente el pueblo hebreo es un pueblo errante, un pueblo sin morada fija. Una de las confesiones de fe más antiguas que figuran en La Biblia es: “Un arameo errante fue mi padre. Con pocos hombres emigró a Egipto y allí se quedó a vivir. Y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una cruel esclavitud. Pero clamamos al Señor, el Dios de nuestros padres, y el Señor oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestros pesados trabajos y nuestra opresión. Entonces el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, y con señales y portentos que causaban terror, y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, ¡tierra que fluye leche y miel! Por eso ahora vengo a ti con los primeros frutos de la tierra que tú, Señor, me diste.” (Deuteronomio 26,5b-10). Este credo pone las cosas en el lugar correcto, solo el Señor ha escuchado el clamor, solo el Señor ha librado, salvado. Solo el Señor ha dado la tierra donde fluye leche y miel, y no hay quien pueda equipararse a Él, tampoco el rey. Más tarde, luego de la entrada en Canaán, el mismo pueblo pidió a Dios un rey para ser como los demás pueblos. Es así como la monarquía expresa una tensión entre la fe en Dios y la “seguridad” que puede brindar un rey y su ejército. Lo cierto es que los reyes deberían haber actuado como hijos de Dios para sostener el derecho y la justicia. De esto habla el salmo: tú eres mi hijo (en alusión al rey). El rey debe actuar como siervo de Dios. Sin embargo, no fue así, los distintos reyes, salvo muy pocas excepciones, impusieron trabajos forzados, tributos onerosos y despreciaron lo bueno. De este modo, condujeron a Israel a la catástrofe, cuya expresión última fue el exilio. Resulta peligroso olvidar los favores de Dios y poner la confianza en seres humanos falibles. La actividad de los profetas representa el reclamo de Dios a quienes gobiernan sin tener en cuenta su voluntad. Dios sigue escuchando el clamor de quienes sufren y, con profunda misericordia, trabaja para salvarlos. Esa es nuestra seguridad.

Juan Carlos Wagner
Salmo 2,1-7

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