El Señor es mi pastor nada me falta.

Salmo 23:1

Este es el comienzo de uno de los Salmos más conocidos. Lo suelo ver en cuadros que decoran paredes de casas de muchas familias, lo acostumbran elegir padres para el bautismo de sus hijos, parejas para su bendición nupcial, jóvenes para su versículo de confirmación, y muchas veces sus palabras buscan consolar y alentar a entristecidos deudos en despedidas de sepelios.
El salmista se vale de una imagen muy común de su contexto y tiempo, como lo es la de un pastor. Tras su figura se asocia el cuidado, la protección y la guía del rebaño. Esos mismos propósitos son los que tiene Dios para y con nosotros, y son también esas cualidades las que confesamos cada vez que pronunciamos esas palabras.
Imborrable es la experiencia que tuve con este salmo… sucedió una vez hace ya muchos años, en un accidente fatal fallece el padre y sobreviven sus dos hijos, jóvenes recién confirmados, quienes hospitalizados muy heridos y golpeados había que comunicarles la triste noticia que su padre había fallecido… y en ese instante sucedió lo inexplicable cuando al momento ambos y al unísono comenzaron a recitar las palabras del salmo 23, que frescas estaban en su memoria y corazón desde la confirmación… Un ejemplo de lo profundo que calan en la vida de las personas sus palabras.
La confesión del Salmista nos invita a revisar nuestra condición de rebaño perteneciente a un pastor bondadoso que vela por nuestras vidas, y se ofrece sostenernos con su abrazo cuando las fuerzas acaben, las explicaciones y la razón no alcanzan.
Poder sentir al Pastor presente en esas situaciones, requiere de entrenamiento, sensibilidad, oración, dedicación, y son las circunstancias de la vida la ocasión para hacerlo. Amén

Hilario Tech

Salmo 23,1-3

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